martes, 13 de abril de 2010

Vicio.

Entonces el frío comenzó a llamar a su puerta aquella noche en los principios de agosto.
Llamó y llamó con golpes secos que se perdían gravemente en la penumbra de la oscura habitación en la que ella se encontraba, acurrucada como un niño con las manos entrelazadas entorno a las rodillas flexionadas, sudando fría desesperación. No se atrevía a girar el pomo de la puerta y dejar pasar sus temores.
No, esta vez no.
Pero entonces, todo quedo silencio.
El pausado golpeteo sobre la lisa superficie de madera se había detenido y ella se sentía triunfante.
Pero su piel comenzó a erizarse y el hielo se apoderó de su calor. La delgada rendija debajo de la puerta había sido el portal por donde el frío se escurriría en aquella ocasión.
Entonces sintió impotencia al notar como sus dientes castañeaban sin que ella pudiera hacer nada para detenerlos. Si no lo remediaba, ese estado la consumiría por completo.
Su mete había dejado de procesar pensamientos. Ya no había actividad alguna dentro de su organismo que generara calor. Lo que había temido durante toda la semana, finalmente se estaba materializando. Le habían dicho que era un vicio, ella insistía en que no; pero a esas alturas ya no podía vivir sin él y ese momento no sería la excepción, lo necesitaba…así que sólo se rindió.
Abrió quedamente el cajón de la mesa de noche continua a su cama, tomó uno y lo encendió.
Qué paz, qué tibieza, qué comodidad sentía ahora que lo sostenía entre sus dedos. Inhalaba calor y exhalaba los problemas de una rutina obstinada.
El humo del cigarrillo llenó la habitación. El frío salió por la rendija de la puerta por donde había entrado y ella, satisfecha…Lo apagó.

Agosto, 2009

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