lunes, 12 de abril de 2010

Mátale el Corazón de Puta.

Un rayo de luna entraba aquella noche por la ventana, iluminando su cuerpo desnudo tendido sobre aquella cama de sedas rojas, aguardando.
En el silencio podía escucharse el sonoro palpitar de su corazón joven, aguardando.
Aguardaba con los ojos como cristales impenetrables mirando el negro firmamento. Ese firmamento que parecía haber sido pintado por los dioses griegos en persona con suaves pinceladas, y salpicando de vez en vez unas cuantas nubes que describían círculos entorno al hermoso y blanco satélite, que las seducía callado.
Aguardaba a que su figura terminara de ser dibujada por el carboncillo que el apuesto joven sostenía temblorosamente en su mano izquierda.
Pero, cuál era la razón del movimiento arrítmico que se generaba en los dedos inestables del artista?
Una gota de sudor frío comenzó a resbalar por una de sus sienes, rozo la piel hasta alcanzar la mandíbula y después de perderse en la rojiza barba de aquel francés, callo débilmente sobre el cuello prensado de la camisa de algodón que cubría su pecho y que evitaba que ella viera como en medio de esas costillas, también el corazón del joven se agitaba estridentemente al son inquieto de su propio corazón rojo y palpitante.
Y entonces lo supe al instante. Supe que esa habitación con pinturas barrocas no latían dos corazones, sino uno. El mismo corazón de dos enamorados.
Los trazos de detuvieron. El retrato estaba terminado, pero el joven ya no lo observaba.
El carboncillo callo de las pálidas manos del apuesto dibujante y rodo por la fina superficie de la alfombra marrón.
El papel también se resbalo y fue a parar bajo el sofá ubicado en frente de la ventana.
El joven ya no estaba sentado en su butaco de madera y ella sencillamente había desaparecido.
Había desaparecido bajo la silueta del francés quien ya no llevaba la camisa de algodón.
Con su mano derecha acariciaba el negro cabello de esta joven asiática que se había encontrado por casualidad en un burdel, mientras que con su mano izquierda, su mano de artista, dibujaba en la piel de marfil unos finos rasguños imperceptibles en el instante, pero que arderían en la mañana.
Besaba una a una las perlas que ahorcaban suavemente el delgado cuello muy posiblemente con el fin de eliminar de asfixia a la mujer que había tenido la osadía de robarlas.
Sus labios se detuvieron en el agujerillo poco profundo que se tiene en la parte delantera del cuello, justo debajo de la barbilla y desde allí siguió con la lengua el recorrido de una cálida gotita de sudor que le supo amargo, como un mal vino de los muchos que había tenido que beber al ser el heredero del viñedo más prestigioso de las tierras francesas.
Finalmente la gota se evaporó concluyendo con su recorrido a pocos centímetros del ombligo. El joven noto la vaporosa desaparición de la pequeña humedad por lo que se detuvo y con un beso sello el trayecto justo en el centro del cuerpo.
Entonces los labios nuevamente se encontraron callando así el desesperado gemir de quien muere de placer.
Fueron minutos de exorbitante intensidad, intensidad que ahora se desvanecía generando la relajación de cada uno de los músculos de sus cuerpos, segundos antes fuertemente tensionados.
Y fue cundo una sonrisa surco sus finos labios rojos y un sentimiento de plenitud se apoderó de su espíritu libre.
Ella había viajado siempre, de cuarto en cuarto, de cama en cama, de cuerpo en cuerpo y el sentimiento que la invadía mientras abotonaba su rojo vestido de dosel era el mismo.
El más intenso vacío y la más profunda insatisfacción de sentir como ella era solo el producto extranjero y exótico del que los europeos siempre disfrutaban bebiendo de ella hasta la última gota de pasión.
Esta vez no se vestiría con rapidez esperando una paga miserable por su entrega y con ansias desesperadas de reunirse con las demás.
Esa noche dormiría desnuda con las piernas entrelazadas y siendo abrazada con amor y ternura.
Entonces despertaría a la siguiente mañana con unas pequeñas heridas en sus muslos, bañada por el sol en la ventana anunciando que esta vez ella sería la afortunada prostituta digna de haber sido transformada en la más bella asiática flor.

Ocho de Agosto, 2009

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