Llora, llora. Grita, grita…pero tú no la escuchas.
Patalea, patalea, patalea. Tratando de golpearte con sus piernecitas…pero tú no la sientes.
Convulsiona, convulsiona. Convulsiona desesperada de pensar que no te verá más.
Forcejea y forcejea contra los brazos que no la sostienen, porque tú la abandonaste, porque te fuiste para no volver.
Se golpea, se golpea y se sigue golpeando la cabeza contra la cerámica del blanco suelo que poco a poco se tiñe de un rojo cruel, pues ahora ella sangra y sangra…pero tú no haces nada por sus heridas.
Ella llora, grita, patalea, convulsiona, forcejea, se golpea y sangra hasta que sus lágrimas se agotan, sus gritos se apagan, sus piernas se desgarran, su cuerpo se estremece y su roja sangre se hace agua.
Entonces ya no tiene por qué llorar, gritar, patalear, convulsionar, forcejear, golpearse o gritar.
Pues ahora, tendida inerte junto a tu cuerpo en aquel ataúd, ella sabe que está contigo.
viernes, 11 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me gusta la epiléptica idea, aunque de la narrativa berrinchuda por la repetición incesante de pataleos golpes y sangre. No sé si era la idea, pero no le vendría mal trabajarla un poquito más.
Publicar un comentario