viernes, 11 de junio de 2010

Trece de Enero de 2010.

Llora, llora. Grita, grita…pero tú no la escuchas.
Patalea, patalea, patalea. Tratando de golpearte con sus piernecitas…pero tú no la sientes.
Convulsiona, convulsiona. Convulsiona desesperada de pensar que no te verá más.
Forcejea y forcejea contra los brazos que no la sostienen, porque tú la abandonaste, porque te fuiste para no volver.
Se golpea, se golpea y se sigue golpeando la cabeza contra la cerámica del blanco suelo que poco a poco se tiñe de un rojo cruel, pues ahora ella sangra y sangra…pero tú no haces nada por sus heridas.
Ella llora, grita, patalea, convulsiona, forcejea, se golpea y sangra hasta que sus lágrimas se agotan, sus gritos se apagan, sus piernas se desgarran, su cuerpo se estremece y su roja sangre se hace agua.
Entonces ya no tiene por qué llorar, gritar, patalear, convulsionar, forcejear, golpearse o gritar.
Pues ahora, tendida inerte junto a tu cuerpo en aquel ataúd, ella sabe que está contigo.

1 comentario:

Rodrigo E. dijo...

Me gusta la epiléptica idea, aunque de la narrativa berrinchuda por la repetición incesante de pataleos golpes y sangre. No sé si era la idea, pero no le vendría mal trabajarla un poquito más.